Eugenio Brito es un artista visual íntegro, artista integral, aseveración imperativa que tiene diferentes vertientes y maneras de ser interpretada. Pertenece a una generación de artistas visuales que tuvieron la disposición cronológica de insertar su obra creativa preferente en la segunda mitad del siglo XX. Esa es la dimensión cronológica, sujeta a las determinantes de un espíritu de época (Zeitgeist) particular y a los imperativos de un momento histórico y cultural propio del ámbito latinoamericano, de su quehacer.
Propiedad de su afán es el manejo y amplio dominio formal de diversos medios de expresión de la plástica de este su tiempo vital. No sólo cultiva las normativas de la pintura de caballete que fija extensiones, desarrollos y técnicas adecuadas (óleo, acrílico, técnicas mixtas), sino que dedica tiempo significativo a otras maneras de realizar las imágenes requeridas: técnicas gráficas menores y específicas, dibujo, acuarela, grabado, y probando con especial énfasis la litografía. Incursiona además con singular ímpetu en la pintura mural, brindándosele excelentes posibilidades para desarrollar un discurso monumental en algunas de ellas. Los ejemplos pueden admirarse en distintas ciudades del país en las que se estableciera para afincar en ellas su experiencia existencial y su obra. (Ver biografía).
Acerca de los motivos que le impulsaron a concretar imágenes en obra, podemos deducir de ellas las condiciones de una amplísima gama de signos plásticos que componen su repertorio individual. Inserto en el ámbito de un arte americano del Sur, la presencia de los grandes maestros rectores, propios de esta inquietud americana de buscar medios y modos de realización específicos, no podían dejarlo indiferente. Los movimientos del arte mexicano de la primera mitad de siglo, en especial en sus décadas iniciales, ejercerían un campo de influencias espontáneas y directas en él.
Es, sin embargo, la presencia de la segunda generación de muralistas mexicanos, en especial la de González Camarena, la que tendría especial repercusión en su aventura creativa. La ejecución de la pintura mural “Presencia de América Latina” en la Pinacoteca de la Universidad de Concepción, en los tempranos años de la década de los 60, le permite, ya con amplio dominio del oficio de la pintura, participar en calidad de artista chileno ayudante del maestro Camarena en la cristalización de esa obra. Este suceso conceptual y pictórico propiamente tal, posibilita su viaje a México para someterse a las particularidades de la expresión plástica mural de González Camarena y su grupo de colaboradores. Parece que su destino lo llevaba con énfasis a integrarse a un movimiento plástico que le calzaba como anillo al dedo. En raras ocasiones el mundo exterior y sus experiencias cubren, en extraña coincidencia, un horizonte interior de expectativas. Aquí se da, y Eugenio Brito se sometería sin contratiempos a las exigencias de las determinantes del estilo de Camarena. Su contenida e imperativa limitación de efectos y la nueva disposición de los imperativos expresivos, repercutirían con la incorporación a su individual repertorio del enunciado de nuevos modos y medios de expresión y significación.
Su obra personal, que realiza paralelamente a la actividad como pintor ayudante de Camarena en Concepción de Chile, acusa nuevos rigores y perfecciones. Recuerdo claramente una serie nueva de sus pinturas, de extensión monumental, concebidas con la aplicación de dos modalidades de expresión de diferente carácter y naturaleza: el marco habitual de un principio ordenador de formas constructivas, geométricamente definidas y de límites precisos y articulaciones predeterminadas en una suerte de soporte externo continuado en los bordes rectangulares de la composición, ofrecía un fondo de colores ocres profundos y tierras de sombra, rodeando un aérea central en el que, sorpresivamente, el autor inscribía una escena de pintura expresionista y gestual de muy diferente extracción. Este era el encuentro, en una misma obra, de factores de un orden constructivo con otros de orden gestual y espontáneo, donde también las armonías cromáticas aplicadas diferían en calidad y frescura con otras densas y ordenadas del entorno inmediato. Para este tipo de conjunción de actitudes se requiere dominio formal para integrar las partes de la oración a una totalidad visual sin provocar mayores dislocaciones y destemplanzas.
Representan, en mi saber, un ejemplo de singular perfección en su obra total.
En los últimos años de su vida como pintor incursiona con entusiasmo en los motivos de muñecas y seres alados de lúbrica dimensión. Comienzan a poblar sus telas con insistencia, como liberando las de mayores dicotomías preferentes, las de la noche y del día, del placer y del dolor, de la vida y de la muerte, que son, al fin, los aspectos de un arte americano sujeto, pues, incuestionablemente a aquellos dictados.
En el ámbito nacional, Eugenio Brito aparece, además, como un maestro indiscutible de la cerámica, la que, en ocasiones eleva a categorías murales. Dirige con éxito talleres de cerámica y sus múltiples alumnos se dispersan por el país entero. Sus inquietudes lo llevan a promover y proteger las expresiones autóctonas y propias de la cerámica popular, entre ellas las de Quinchamalí, Florida y otras agrupaciones vecinas.
En suma, recordamos, con afecto su presencia entre nosotros, adjudicando a su docto quehacer una singular importancia para el desarrollo de las artes plásticas de nuestro tiempo.
Eduardo Meissner Grebe, pintor, grabador, profesor de semiótica, teórico del arte, académico y escritor (autor de ensayos sobre el arte, semiótica de la arquitectura, de novelas, cuentos y crónicas de viaje, entre otras materias). Este artículo es parte del Libro “Eugenio Brito, Una mirada personal”, autora Paula Brito Figueroa. 2010