…La concepción de la obra de Eugenio Brito es dinámica. Lo embrionario de una pintura en movimiento, decía, y creo que de allí parte todo. La clave reside asimismo, en esa situación dual –mitad mecánica, mitad onírica-, no fusionadas y quien sabe sin probable fusión, de aquí que añadiera lo de antagónica de lo racional brota un relámpago de irracionalismo.
Porque el cuadro esta organizado con orden, mesura y lucidez, dentro de los limites que denominaríamos clásicos si esas depuradas líneas y esos planos tranquilos no perdieran realidad bajo la luz mortecina e inquietante y ese juego de ángulos transparentes y opacos –siempre luces y sombras- que se internan. De pronto, la coherencia, el rigor constructivo son rotos por el impacto alucinante.
En la mas siniestra de estas metamorfosis, es una ondulación un penacho de nieblas el que se coagula y en rápida sucesión (casi una descarga) como un ariete que emerge, “algo se precipita, se petrifica y se mecaniza. El proceso de transformación es instantáneo. ¿Qué es “eso” que viene a nosotros? ¿Es un espectro, es un organismo torturado, es una maquina ciega? Es todo eso y mucho más: es un hombre. Lo intuimos. Los reflejos metálicos de la maquinaria, la orgánica putrefacción, el apéndice gaseoso, no nos engañan, como no nos desmiente el extremo dinamismo del impulso acentuado por la estática de los muros. Lo que se ha producido en este maridaje de los estático y de lo dinámico, en este desasimiento de la vida y su secreto afán de trascenderse, es la metamorfosis de la despersonalización: sometido, oprimido y ahora empujado por carriles estrechos (¿quien lo empuja?, él mismo y nadie: todos) la carne desgarrada yace en camilla de hospital. Mas, ¿esta desintegración no es a la vez alquimia? Porque a medida que el ser se descompone se instrumentaliza y la dureza y el fulgor del metal adquieren terrible poder.
He aquí, pues, que puede hablarse de realidad e irrealidad en un mismo plano ya que el lugar que ocupan las cosas, si estas desaparecen, son reemplazadas por el hueco que dejan en nosotros mismos. Nuestras presencias son también ausencias. Los fantasmas de la ausencia y de la desintegración son hoy día realidades que se pintan con aquella objetividad con que los griegos esculpieron la entera y tersa figura humana.